Hablar de Carlos Ponce es hablar de un ícono en el mundo del espectáculo. Pero detrás de esa imagen de celebridad, existe un padre amoroso que vive para dar un buen ejemplo a sus hijos Giancarlo, Sebastián y las gemelas Sienna y Savannah.
Modestia aparte, me considero el mejor papá. Mis hijos son mi prioridad en todo lo que hago. La diferencia con Manuel Gallardo –mi personaje en Silvana sin Lana– es que yo tengo a la madre de mis hijos; una gran señora con quien tengo una excelente relación. Ambos somos padres, en la extensión de la palabra, nuestro mayor interés es la educación y la salud mental y espiritual de nuestros niños.
Mis hijos son grandes soñadores. La espontaneidad es un elemento que cuando uno es adulto como que lo pierde un poco –quieres planificar cada detalle. Yo no creo totalmente en esto pero si hay algo que me identifica de mi signo (Virgo) es precisamente el estar organizadito con tiempos, horarios… Improvisar de momento es un reto para mí, aunque trato constantemente. Mis hijos me animan en ese sentido. De repente salen con un “oye papá, ¿por qué no hacemos tal cosa?”, y les respondo “bueno, no es lo que tenía pensado pero vámonos”. Aparte, gracias a Dios, son niños muy inteligentes, creativos y aplicados (los tengo a todos en honor roll). Creo que hemos hecho un buen trabajo en su crianza.
Estamos en un mundo muy raro. Lo que sí no tengo duda (porque confío en que toda mi vida he tenido la mano de Dios sobre mí y sé que también está sobre mis hijos) es que cualquier cosa que pasa, es porque hay un plan divino y tenemos algo que aprender de eso. Así que no tengo temores. Quizás temor a Dios, en el buen sentido de la palabra. He tenido momentos duros y difíciles pero me doy cuenta de que había un aprendizaje detrás. Siempre estoy pendiente de encontrarlo y lo encuentro inmediatamente.
Como padre puedes aconsejar lo que sea, pero lo que tienes que dar es el ejemplo. Mis hijos lo ven de su madre y lo ven de mí. Claro, no somos una pareja, ella está casada y tiene dos hijos más de su nuevo matrimonio, pero ellos ven que hay mucho amor a su alrededor, y el amor es muy poderoso. Cuando tienes esas bases te das cuenta de lo bueno y lo malo, creas una conciencia. Y aunque de vez en cuando toman decisiones rebeldes (todos pasamos por ahí) sé que la raíz, el punto de partida, no es malicioso y eso es lo que más me importa.
¡La cabeza mía se perdió hace rato! Estoy consciente de eso. Me toca tratar de mantener la sanidad que me queda –risas— No, no es cierto. A mí me fascina lo que hago, cada rol. Soy muy despistado, me trabo, se me olvidan nombres y apellidos, pero eso lo hago sin maldad. Con los años, he aprendido es a delegar y a rodearme de gente de alto calibre. En mi caso, mi hermano es mi manager. Mi madre y mi padre están también muy presentes, mi selecto grupo pequeño de amistades es bueno y eso me ayuda mucho.
De mi madre, número uno, aprendí el temor a Dios. El núcleo y el pilar espiritual de la familia siempre fue mi mamá. Tanto mi madre como mi padre me dejaron ser, que eso fue esencial, siempre enfocados un poquito en la educación como plan B. Ya yo después decidí y ellos respetaron mi decisión que gracias a Dios funcionó. Lo que aprendí es lo mismo que quiero impartirle a mis hijos: el ejemplo, amor y tolerancia.