Muchos lo ven como el príncipe en la vida de Adamari López, pero Toni Costa también tiene una historia para contar. El bailarín español comparte un poco más de su vida, de su nuevo rol de padre y lo agradecido que está con Dios por sus bendiciones.
Es importantísimo comer bien, aunque te puedo decir que tengo mis caprichos. ¡Me encanta el chocolate! En España se come delicioso, pero aquí tengo mejor calidad de vida pues trato de comer saludable, balanceado. También voy al gimnasio una vez al día, tengo mis clases de Zumba… Es todo un complemento. ¡Yo no uso ni una crema! De vez en cuando me pongo una loción en el cuerpo pero así de la carita, el facial, de las ojeras, de no sé qué, la de noche –risas— pues no he llegado a ese punto. ¡Quizás más adelante cuando tenga arrugas!
Soy una persona que viene de España, que se dedica al arte, a bailar desde siempre. Mis padres me han inculcado el respeto, el amor en la familia y ahora, luego de muchos años, sigo afianzando mi vida en esos valores. Me considero trabajador; pienso que para conseguir los objetivos hay que luchar y estoy preparado para salir adelante por mi gente, por mi hija, por mí mismo, por seguir creciendo, aprendiendo.
De mi padre, nunca se me olvida el “haz las cosas bien, así nunca te digan nada”, algo como nunca metas la pata para que no te acusen –risas— y siento que esa es mi filosofía. Mi madre es la protectora, una mujer cariñosa y ambos han sido un gran ejemplo. El tema del baile marca la vida de una persona. En mi caso, es casi como una religión. Nace por la fe y obligado –risas—a mí me gustaba jugar fútbol. Aparte tenía solo siete años.
En los años noventa un chico que bailara no estaba bien visto, más que todo por la mentalidad cerrada de los tiempos anteriores; pero mis padres se conocieron bailando en una sala de baile, desde pequeñito he tenido baile en la casa. Mi madre era buena bailarina, mi padre era de los campeones, mi hermana es una entrenadora espectacular… Y me obligaban a ir a las clases de los viernes por la tarde que era la de las niñas sin pareja –risas— poco a poco se convirtió en parte de lo que soy.
Mi plan inicial era regresar a España a seguir con mi trabajo y mi escuela de baile, pero la vida me cambió. Decidí quedarme porque aquí tenía felicidad, amor, estabilidad emocional… No había tenido suerte en ese campo y uno hace lo que sea por encontrar al amor de su vida, ¿no? Mi pasión de baile me trajo a este país, pero me retuvo el amor.
Ada es una partecita muy importante de mi vida. Yo no tengo vergüenza, ni miedos ni nada que esconder al mundo sobre mis sentimientos hacia ella. Adamari ha sido la clave para yo estar aquí hoy en día y gracias a Dios, ella siempre estuvo para mí con su apoyo, con su amor, con esa forma de ser tan hermosa. Estoy agradecido y bendecido por haberla conocido. ¡Afortunado es poco! Volvería a nacer para que Adamari se cruzara en mi vida de nuevo.
Como todos saben, la chispa creció con un beso “planeado” en el baile. Como bailarín era gratificante trabajar con una persona tan disciplinada. Pasamos varias semanas compartiendo, luego el beso… Era como un acumulo de muchas cosas. Poco a poco hablando, hablando, hablando, ella estaba receptiva, yo más –risas— y fíjate, hoy en día tenemos una hija preciosa y estamos más unidos y enamorados que nunca.
No soy un papá miedoso. Yo agarro a Alaïa y la manejo de aquí para allá, me la pongo en un brazo boca abajo, le cambio el pañal desde la primera noche, le doy el biberón, me levanto a la hora que sea. Adamari es un poco más temerosa. Cuando tienen que ponerle una inyección, me toca aguantarla porque la mamá llora. Siento que no puedes estar tratando a los niños como si fueran un cristal, vivir así sería estresante.
Ahora me siento más confiado de mí mismo. Verle la carita es algo tan valioso, como si dirías “mira lo que me he conseguido”. Tener a una niña tan bonita, tan pequeñita, que puedo cuidarla, puedo protegerla, que con mis tonterías se ríe conmigo, es una bendición. Eso te hace sentir bien, sentir más seguro de lo que eres como hombre.
Como padre le tengo miedo a que crezca y hable –risas— que se haga grande y quiera salir y no poder acompañarla, ir con sus amigas por ahí, que tenga un novio… ¡Que por supuesto no va a tener! –risas— ya hablando en serio, si Dios quiere, mi hija crecerá y estaremos para seguir apoyándola. Mientras ese tiempo transcurre ya queda de nuestra parte inculcarle valores y reglas para que ella sea una mujer de bien.
A mi Alaïa le diría que crea en ella misma; que haga lo que tenga que hacer pero siempre con cabeza, con respeto hacia las personas que la apoyan. Quiero que sea feliz y que se olvide del miedo. Sé que tendrá buenos sentimientos.
En el futuro me veo junto a Adamari y con mi niña. Espero que venga un hermanito o hermanita más, ¡sería bien recibido, claro que sí! Ya en lo profesional, lo que Dios me ponga en el camino, mis bailes, la televisión, la actuación, sé que tengo una misión en la vida y voy a seguir disfrutando mis momentos.