Felipe Viel, en persona, es justo como lo ves en pantalla. Bromista, amable, real…Y quizás esa parte de su personalidad lo hace un papá único. En una graciosa pero profunda entrevista, el chileno te cuenta un poco sobre su vida, sus hijas mayores, y los nuevos integrantes de la familia.
Yo soy un poco más bruto en el sentido de la belleza. Me gusta más el gimnasio, las pesas. Nada de limpiecitos y ordenaditos. Prefiero esos gimnasios que son como en un hueco, donde hay tipos malos y con tatuajes. No soy muy amigo del yoga o de las cosas que son muy pacíficas Me gusta entrenar duro, que pongan música fuerte y que todos se miren medio feo así –risas— la verdad es que es mi momento para descargar la energía y renovarme.
Mi mujer, que es entrenadora personal, también es así. Ella va donde hay mujeres que son fisicoculturistas y todo eso –risas— raro, ¿no? Tenemos una rutina que, de lunes a viernes, tratamos de mantener un cierto orden en las comidas y el fin de semana ya nos relajamos un poco y salimos a comer y balancear. Nos cuidamos mucho. Ninguno de los dos toma licor, fuma o hace drogas. Tenemos un estilo de vida bastante sano y así siempre lo hemos hecho desde jovencitos. No ha sido un sacrificio, no ha sido algo nuevo para nosotros, es una forma de vida.
Como padre, queremos que los hijos copien lo que uno hace, cosa que nunca resulta. Una de nuestras hijas sí es bastante preocupada; lleva verduras a la escuela, barritas de proteína, toma agua… ¡La otra es un verdadero desastre! Come Nutella todo el día. Almuerza Nutella, desayuna Nutella, en la noche Nutella… Es la que se revela. Alega que está en la familia equivocada, que aquí no hay nada rico para comer. No quiero que ninguna de mis hijas sea un extraterrestre, más bien que cuiden su salud ahora para evitar malos hábitos de grandes.
Recuerdo que nosotros teníamos un cajón que llamábamos “las porquerías”. Lo gracioso es que mis hijas desde chiquititas pensaron que “porquería” era el nombre genérico de las cosas ricas. Una vez en un restaurante de comida rápida, mi hija en voz alta: “me encanta esto, es pura porquería. ¡Qué buena porquería la que venden acá!” –risas— por supuesto, la gente no dejaba de mirarnos.
Existen tantos tratamientos que prometen y prometen y te cambian todo el rostro. Si fuera un “galán de novelas”, el tema estético sería más importante. En mi caso, trabajo más con personalidad, con mi manera de ser. Claro, tampoco voy a ser el “gordito” del programa, pero no, nunca he tenido la preocupación de verme más lindo o menos lindo.
Lo que más me asusta de ser padre es fallar, es algo que no me perdonaría. Es mi mejor rol. Yo tengo cinco niños, dos hijas grandes y tres niños que me tienen como foster dad. Todos con edades muy diferentes.
He vivido la paternidad de muchos puntos de vista –biológica y adoptiva. Ambas maravillosas. Es bonito es ver a tu hija que se parece a ti y que copia actitudes que tenías cuando chico, sin embargo, con mis foster kids es increíble ver cómo están ahora después de tantos años, cómo se van familiarizando y van confiando, van copiando… Es una responsabilidad muy grande.
Estoy convencido de que para no fallar, más que hablar debes hacer. El ejemplo es más poderoso que la palabra, en todos los sentidos, desde tu peso, cómo ves la vida, cómo tratas a tu señora… Yo trato de ser un buen papá, pero nadie tiene la respuesta exacta.
Ahora que las mayores son adolescentes, básicamente tengo un record de portazos en la cara. He leído que aunque los niños te rechacen debes insistir porque te están poniendo a prueba. Así que eso hago y me llevo mis tres portazos diarios. Cuando una de ellas cumplió 15, le escribí una carta diciéndole que a veces quisiera ser un “iDad” para que pase más tiempo conmigo, pero que yo siempre iba a estar afuera de la puerta esperándola.
A diferencia del amor de pareja, el amor por una hija no se pone a prueba nunca, no se cuestiona, no vive crisis, a pesar de los “portazos” siempre vas a estar ahí. Les inculco a ser perseverantes, a ser trabajadoras. A mis hijos les digo que la vida es 10% talento y 90% constancia; también que se atrevan a soñar en grande, pero con eso hay que tener cuidado pues se cumplen y superan las expectativas. Por ejemplo, yo siempre soñaba con venir a Estados Unidos y trabajar en la televisión; y tuvo su lado difícil, alejarme de la familia, ya no era dueño de mí tiempo.
Les enseño que lo que das, es lo que recibes, y que más que ser exitoso en la vida, hay que buscar ser feliz. La satisfacción de hacer las cosas bien, es mucho más grande que gastar todo el dinero que tienes en objetos de lujo. Esa no es la felicidad plena, es hacer algo por otra persona… La felicidad no necesita tanto envoltorio. Cuando aprendes esa lección, te liberas. Ser feliz es más accesible de lo que imaginas.
Posiblemente ahora los niños no entiendan, pero queda registrado en su subconsciente. En algún minuto vendrán de vuelta diciendo, “papá, ¿sabes qué? Tenías razón. Trabajé, hice lo que quise, gané mucha plata y al final, soy feliz en lo más simple”… Y uno como padre trata de ahorrarles esa pérdida de tiempo.
Yo mantengo una política de querer a mis hijos –adoptados y biológicos— de la misma forma. Cada día lo vivimos intensamente. No tengo ninguna garantía ni sobre mis foster kids ni sobre mis hijas propias, porque ningún papa tiene garantía de que su hijo lo va a acompañar toda la vida, la vida es como una montaña rusa… De repente ves niñitos que les viene una enfermedad y se mueren, y eso le puede pasar a uno de los míos o los tuyos. Por tanto, mi lema es vivir intensamente cada día con mis hijos como si fuera el último.