El venezolano Alejandro Chabán llegó a este país con miles de ilusiones. Sueños que hoy en día pueden llamarse realidad y que demuestran que la recompensa se le otorga a quien trabaja por ello. En una conversación llena de emociones, el presentador de Despierta América cuenta más del gran ejemplo que sus padres le han dado a lo largo de su vida.
Mi mamá me ha enseñado a no tener miedo de hacer las cosas. Ella decía que el miedo no desaparece, pero siempre lo puedes domar. Mamá es fe de ello. Hacía uñas, vendía ropa de casa en casa, se arriesgaba con clientes nuevos y así pudo sacar adelante a sus cuatro hijos, a sus nietos… Recuerdo cada una de sus palabras, “sin importa lo que quieran, lo principal es sacudirse el miedo, tomar acción y seguir”.
De mami aprendí que a veces el miedo sirve para protegernos de lo negativo pero que nunca nos debe paralizar; también a darle prioridad a la familia. Independientemente de las deudas y problemas que teníamos, mi mamá nos puso por delante de todo. Nunca nos faltaba la arepa bañada en Toddy, con la servilleta pegada –risas— nada agradable pero ella la hacía con todo el amor del mundo y yo me la comía ¡obviamente! Aunque llegara tarde (a veces ella le ayudaba a mi papá en su negocio), siempre teníamos un plato de comida listo, la cama tendida, ropa limpia.
Mi papá me ha demostrado que nada llega sin trabajo; que el éxito en la vida solo está primero que el trabajo en el diccionario, pero en la realidad, uno tiene que esforzarse para llegar a donde sea. Nada llega gratis. De él aprendí el “intención sin acción no cuenta”. Tú puedes estar cómodo en casa y querer una compañía, querer inspirar, pero si no te mueves, allí te quedas. Cuando tienes un sueño no valen las horas, no hay horarios, no hay excusas… El sueño de mi papá era criar a cuatro “tarajallos” —risas— y dice que hizo lo que pudo pero yo sé que lo hizo muy bien. Todo lo que soy se lo debo a mi mamá y a mi papá.
Mi mamá llegó hace año y medio de Venezuela. Mi papá al fin me lo pude traer hace unas semanas después de 15 años. Fue difícil porque a su edad tenía miedo de empezar de nuevo, no quería convertirse en una carga para mí, pero estuve ahorrando por mucho tiempo y ya me lo pude traer. Creo que esa noche pude dormir –risas— yo vivía con mis pensamientos mitad acá y mitad en Maturín. Estaba muy asustado por la situación del país y ya necesitaba tenerlo cerca.
Con mis hermanas, somos como perros y gatos, gatos y perros –risas— me gustaría decir que todo es perfecto pero no, nos agarramos de los pelos a cada minuto. Soy el único varón de la casa y crecí entre pintura de uñas, labiales, toallas femeninas… Nada de eso me sorprende. Creo que el haber nacido entre mujeres me hizo muy sensible, me hizo muy consciente de lo que siente la mujer, de su perspectiva, y eso me ha ayudó muchísimo a crear un plan de dieta dirigido a los hispanos pero enfocado en la mujer.
Cuando nació Yes You Can yo pensaba, ¿mi mamá y mis hermanas lo entenderían? ¿Cocinarían mis recetas? ¿Conectarían con mis consejos? Con ellas tengo una relación muy bonita, muy unida, más ahora que estamos solos en este país (antes vivía cada quien por su lado). Somos tan diferentes y a la vez te das cuenta que somos iguales. Mi papá bromea que no sabe de dónde vino el gen de “nerd” –risas— No tomamos, no somos rumberos, no tenemos ningún tipo de vicio.
Mi mamá y mi papá están separados. Papá tiene su esposa, mamá no se volvió a casar pero aun así convivimos todos como la típica familia; entre gritos, risas, limpia aquí, agarra allá, deja el celular, levántate a ayudar… ¡Yo feliz! Tenía años que no escuchaba tanto ruido y mis sobrinitos con sus travesuras, lloraban, se ensuciaban, se llevaban el perro sin permiso… Mi papá estaba orgulloso de repetir la historia. Ese es el secreto de la felicidad, que cada quien sea libre, aunque eso signifique tener la casa “patas pa’rriba”.
¡Claro que me veo como padre! Yo dije una vez que a los 40, mi mamá me decía que a los 27, pero yo creo que se va a cumplir mi palabra. Tengo 34 años y fíjate, mi objetivo es que Yes You Can se convierta en el plan de dieta número de los Estados Unidos, luego ir a Centroamérica, Sudamérica… Esa es mi misión conmigo mismo. No hay descanso de mi parte hasta que eso no suceda. Obviamente tendrán que pasar unos cuantos años así que mi meta de tener hijos va a tener que esperar un poco.
Ahora, el “tío Alejandro” es muy celoso. Le tengo una “cacería” en las redes a mi sobrina de 15 años para ver a quien sigue, que postea, quien le dio “like”… Y luego voy de “chismoso” y se lo digo a mi hermana –risas—, le mando capturas de pantalla preguntándole por qué se viste así, ¡ella solo me responde que ya estoy viejo!
El mayor reto hasta ahora ha sido poder balancear mi carrera artística con la de empresario. Yo me levanto a las 3:30 de la mañana para ir a Despierta América, un programa lleno de amor y de energía y eso es lo que tienes que transmitir. Despertar a millones de personas, ser su alarma y cambiarle el ánimo es un compromiso increíble. Gracias a Dios me tocó a mí y lo visualicé desde el año 2000 que llegué a los Estados Unidos. Justo se me dio cuando tengo mi compañía, ya con 250 empleados que mantienen la misma visión que yo. Es difícil. Llega un momento que me acuerdo que tengo una vida personal un domingo a las 8pm y ya me tengo que acostar para despertar al día siguiente –risas—
Mantener ese balance no es fácil. Porque aparte tengo expectativas como hombre, casarme, tener hijos… Y literalmente me toca quitarme el saco luego de Despierta América para entrarle de lleno en las oficinas de Yes You Can. Yo estoy muy pendiente del producto, de la experiencia del cliente. Como ex gordito sé lo difícil que es para alguien con sobrepeso empezar un régimen, decidirse. Como CEO y creador del plan, debo hacer que el usuario tenga un proceso placentero, ayudarlo en el camino, que cada dieta sea personal y que cubra sus necesidades.
Para mí no hay mejor recompensa que ver su transformación, ver cómo cambian sus vidas. Es una satisfacción. No estoy solamente guiándolas a bajar de peso. Son mujeres que se gradúan de la universidad, que se animan a casarse, que pueden quedar embarazadas, siento que con las “alas” que les di, ya ellas pueden volar solitas. Ahí es cuando más le agradezco a Dios. Siempre he pensado que yo soy su emisor, que él me eligió para dar su mensaje… ¡Y se fue a buscarme bien lejos a Maturín! –risas—El plan de Dios es perfecto, ¿verdad?