En Gan Yavne, zona del sur de Israel y a tan sólo unos kilómetros de la Franja de Gaza (donde, literalmente las personas tienen 15 segundos para buscar refugio ante un ataque de bombas) encontramos a una familia mexicana de orígenes judíos. Rosy Idi, de 58 años, y su esposo Jaime Asher, de 69, emigraron con el fin de proveerles un futuro a sus dos hijos, José y Enrique, de 20 y 24 años, que estudian en el campo de la aviación.
Hoy, con un negocio propio a cuestas -una venta de platillos típicos aztecas, llamado Taco Shak– esta pareja continúa anhelando su México lindo y querido sin dejar de agradecer las bendiciones que le ha dado la “tierra prometida”. Gracias al esfuerzo de Fuente Latina, organización que busca estrechar los lazos entre Israel y la comunidad hispana, logramos conversar con Rosy sobre el largo camino que recorrió junto a los suyos.
“Llegamos a Israel cuando mis hijos eran pequeños. Antes de eso, intentamos vivir en San Diego, Estados Unidos, por cuatro años. Lo que nos motivó a emigrar fue la situación de la violencia en México; realmente queríamos darles un futuro a los niños. Por nuestras raíces judías, pudimos venirnos gracias a la ‘ley del retorno’; el gobierno nos asistió a través de programas para migrantes durante los primeros meses y, aunque fue muy duro, sirvió para darnos un empujoncito al principio.
El aprendizaje del hebreo es esencial. Yo tenía una base, por mis estudios en México, pero es un idioma difícil. ¡A mi esposo todavía le cuesta! Por supuesto que la cultura es distinta. Los israelíes son más fríos, piensan en el momento y ya. Son más enfocados, más centrados. Como latinos, es casi imposible quitarnos esa calidez que nos caracteriza. La familia es lo primero; las amistades, los vecinos. Eso y la comida es lo que más extraño. Acá en Israel el ritmo de trabajo es fuerte. Sin embargo, mi creencia es que si te fijas una meta eres capaz de cumplirla, aunque vivas en Ciudad de México o Jerusalén. Los sueños no conocen de fronteras”.
“Mantener la cultura mexicana se consigue con el día a día. En casa hablamos hebreo, a veces inglés, pero siempre, siempre, el español. No nos olvidamos de la música, ¡y por supuesto los platos típicos! Por nuestro negocio es casi un hecho que estamos cocinando mole, tinga y tacos a cada rato. También comemos israelí y árabe, pues mis abuelos eran de Siria. Es toda una mezcla de tradiciones.
Mis hijos son mis más grandes tesoros. De ellos aprendí a ser más fuerte. Cuando nos mudamos a Israel, el cambio y el ajuste fue difícil para ambos ya que ya estaban acostumbrados a la vida en los Estados Unidos. Pero verlos luchar por adaptarse, realmente me hizo entender que íbamos por buen camino.
¡Me considero la mejor mamá! Pero, hablando en serio, soy una madre respetuosa. Trato de darles su espacio para que tomen sus decisiones; de darles las herramientas y consejos para que sigan adelante. Lo único que les diría para el día de mañana es que escuchen su corazón y lo que realmente quieren; Dios siempre tiene un plan”.